Por Édgar Ávila Pérez
Veracruz, Ver. -Los colores que se mezclan con la cotidianidad de una ciudad como Veracruz, captados en una sola imagen irrepetible, son el reflejo de un caminante.
En cada estampa que plasma el hombre de mil lentes, el tono, brillo, saturación y los colores primarios se conjugan de una forma perfecta para el ojo humano, como la naturaleza misma y todo lo que le rodea.
Unos pescadores con el atardecer a sus espaldas, unos pelícanos que se adentran en el alma de quien los mira, un faro bañado por las luces rojizas del amanecer forma parte de las instantáneas del foto periodista veracruzanos Hugo Garrido Montiel.
En “Veracruz, cada día en el paraíso”, en cerca de 200 imágenes, el hombre de mil batallas mira una ciudad en constante movimiento, con un sol que se muestra de manera distinta en esta parte del mundo y con la mar que golpea la playa arrullando la arena.
“Es la fotografía que todos vemos cuando vas en el carro y no la puedes tomar y esa calidad de la luz no la vuelves a ver y son las cosas que vemos todos los días”, describe el periodista.
Son las imágenes que todos ven, pero jamás de la forma de Garrido, quien ve buques con alma propia, pelícanos que observan como si tuvieran consciencia, estatuas que parecieran humanos petrificados.
Solo él logra una luminosidad de un color exacto, entre la oscuridad y la luz; alcanza un magnífico grado de pureza del color, desde el gris neutro hasta los colores más llenos de pigmento.
“Te dejan paz interior, te dejan tranquilidad… te das cuenta que hay un Veracruz hermoso que todos podemos ver y además es gratis”, agrega.
Hugo carga a cuestas sus cámaras y tripies, deambula constantemente por el malecón de la zona conurbada de Veracruz-Boca del Río, se mete en callejones antiguos, se mezcla y se mimetiza con su ciudad.
Suma al menos 23 años de transitar por el oficio de periodista, con grandes sinsabores, como confrontar los estertores de la violencia y pagar la cuota de sangre con la partida de grandes compañeros que cayeron en las manos del crimen organizado.
Un Garrido más sereno, se niega a aceptar que los dos años que tardó en realizar la serie fotográfica de su libro hayan sido un refugio en medio de la violencia, más bien – dice- es la otra cara de una ciudad.
“Es la otra cara que lamentablemente no le damos tanta importancia, como salir a caminar en el centro histórico de cualquier ciudad y no andar en carro”, dice mientras un barco se desplaza por las mansas aguas del antiguo puerto de la Vera Cruz.
Es, dice, ver fachadas, jardineras, el vuelo de las aves, amaneceres y atardeceres, las cosas que regala una ciudad pero que ahora las pasamos por alto.
Es difícil para el artista definir una imagen preferida, todas tienen parte de su ser, pero le han impresionado instantes difíciles de volverlos a ver de la misma forma.
“Tomar pelícanos que sientas que te están viendo o estar parado frente a edificio histórico y ver como cae un rayo, ver las nubes de tormenta en el mar y las nubes de tubo ver como van entrando…”, describe.
Los colores cálidos, siempre asociados a la sensación de calidez, como el rojo, naranja, café, amarillo y dorado, se observan en todas sus dimensiones al ojear la obra.
Pero además, los colores fríos azul, verde, violeta y plateados, le han dejado una gran satisfacción profesional y en su vida diaria.
“Me dejan una satisfacción de compartir con los demás las cosas que voy viendo y me gusta ver. Esa parte de la ciudad y que pocos la aprecian porque andamos corriendo, que el camión, que el chófer, que el parquímetro y te preocupas por muchas cosas y el solo hecho de despertar es algo milagroso pero lo pasamos como si nada, describe.
A la distancia se siente complacido con parte de su legado y lo nota cuando en las madrugadas, esperando a que el sol resurge, a su lado hay de diez a quince personas tratando de captar la misma imagen.
“Me deja una mirada distinta, volteo a ver más cosas, me quita un poco lo enojón y me la llevo más tranquilo en la vida… sin tanto problema”, dice el caminante.